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Cuando vivía en Mexicali tuve un vecino que llegó como todos: Sin avisar. Aterrizó cuando corrieron al anterior. La versión oficial fue que nadie soportaba sus paseos en calzones por el patio y su acoso a las vecinas, pero extraoficialmente me chismearon que el tipo se metió con la que nos cobraba la renta y que al esposo no le gustó la idea. El punto es que lo corrieron y un día había otro chango en el departamento de junto.Tenía finta de cholo: Rapado, flaco, con pantalones aguados y camisetas blancas de tirantes. Lo observé mudarse a través de la puerta de vidrio corrediza de mi departamento. Metió unas cuantas cajas. Un día, en plena mudanza, él y su amigo me saludaron mientras yo salía. Me dijo su nombre. Nunca se me grabó, así que de ahora en adelante lo nombraré como “El Cholo”. Mencionó que era perito evaluador. Añadió que si alguna vez necesitaba sus servicios “nomás le dijera”. Tronó los dedos en ambas manos y desenfundó dos pistolas imaginarias.
No le presté mucha atención, y ya me iba cuando me reveló el verdadero motivo de su saludo: Quería la clave de mi internet inalámbrico. Creo que mi rostro dijo todo. Sentí que me pedía prestado mi cepillo de dientes. Para no ser grosero le dije una verdad a medias: Que lo consultaría con mi vecina, porque compartía mi clave con ella. Eso era verdad, pero la negativa ya se la había dado en mi cabeza. Pero uno no quiere quedar como mamón, pues.
Insistió. Argumentó que casi no usaba Internet y que casi nunca veía videos. Que sólo jugaría con su PlayStation 3 y poquito. Si quería, me pagaría algo cada mes por usar mi conexión… Digamos cincuenta pesos o algo así. Soltó la cantidad cautelosamente, casi se le astilló el codo cuando la dijo. En ese entonces yo no tenía consola de videojuegos, no sabía qué tantos datos jalaban. Ahora tengo y sé que consumen mucho. Le dije que luego le avisaba y me dispuse a retirarme.
Pero no se rindió. Su amigo tenía la laptop desenfundada y me pidió la clave “nomás para hacer algo rápido”. Tampoco me grabé su nombre así que le inventaré uno: Pancho. Necesitaba hacer un trabajo para la escuela, según él, para la carrera de derecho. “Nomás un ratito y ya la quito”, añadió. Me preguntó si yo estudiaba. Respondí lo que respondía cuando no quería responder: “Si, estudio comunicación”. Otra verdad a medias, puesto que también cursaba la maestría. “Ah, pues tu también eres estudiante. Ya sabes que hay que echarle muchas ganas”. “Si”, pensé yo, “se te ve lo estudioso”. Lograron caerme gordos en tiempo récord. Sus embustes brotaban como trementina en un pino. Extrañé mi antiguo vecino, aunque se pusiera a lavar su carro en calzones.
Ideé mi plan: Le escribí la clave directamente en su laptop. El Wi-Fi se conectó. Pancho sonrió de oreja a oreja. “Gracias. Y síguele echando ganas al estudio”.
Esa tarde cambié la contraseña de mi ruteador.
Sus rostros al día siguiente no tuvieron precio. Me vieron como niños regañados. ¿En verdad creyeron que les dejaría mi clave así como así? ¿Por quién me tomaban?
Y así quedó. Ya no me pidieron otro favor.
* * *
El Cholo tenía una novia que a veces lo visitaba. Le llevaba comida. Lo sé porque siempre la veía pasar por enfrente de mi departamento cargando bolsas y tocaba la puerta. El Cholo no tenía mucho. Un día pude dar un atisbo a su departamento y ni muebles tenía. Sólo habia algunas tonterías regadas por el lugar, el PlayStation 3 y una pequeña televisión de las viejas. No me extraña que la novia le llevara comida: El tipo no tenía casi nada.
Un día la novia estuvo toque y toque la puerta pero nadie le abría. Insistió bastante y nadie salió. La vi retirarse, la escuché bajar las escaleras y al poco rato subió volvió a tocar. Creo que hasta gritó “¡Ábreme!” pero ya la memoria me falla. Después de unos eternos minutos, alguien abrió. Luego escuché un forcejeo, ella gritó “¡estúpido!” y “¡pinche drogadicto de mierda!”. Escuché que algo se cayó y luego un objeto salió volando y aterrizó en el patio. Desde el segundo piso supuse una caída bastante ruda.
Total que ella se largó furiosa. Yo quería seguir trabajando en mi tesis pero quedé desconcentrado.
* * *
Poco tiempo después, el vecino al otro lado de mi departamento me pidió ayuda. Éste no era tan nefasto, su principal defecto era poner música de banda a todo volumen de vez en cuando. Pero con una visita de otros vecinos todo quedó tranquilo de nuevo. Tampoco me grabé su nombre, así que le diremos “El Paisa”.
El día que me pidió ayuda me lo topé cuando yo regresaba a mi departamento. Se quedó encerrado fuera de su casa. A veces, al azotar las puertas, se cerraban con seguro aunque uno no lo hubiera puesto. Una vez me pasó y no fue una experiencia muy grata.
Conseguí un gancho de alambre en mi casa, de esos para ropa. Lo desenrrollé y con eso logró abrir la puerta quién sabe cómo. Ya no lo recuerdo bien. Se tardó, pero lo logró. Me invitó a pasar y me regaló una naranja. Me preguntó si podía ayudarle con su computadora. “Mta”, pensé yo, “nomas vio burro y se le antojó viaje”. Esto de saber de computadoras a veces es una maldición.
Me comentó que el inalámbrico de su computadora se desconectaba. La tarjeta de red se la vendió nuestro vecino El Cholo. La miré, y era de esas que se conectan por el puerto USB y estaba toda madreada: El plástico que la recubría estaba roto y se veía el interior. Le dije que con esas roturas no se podía garantizar una buena recepción y que le reclamara. Me dijo que el Cholo le había garantizado que funcionaba bien y que no habría problema. “Hasta la calamos aquí adentro y vimos varias redes. Me pasó la contraseña que se robó de una red de por aquí cerca”.
Le conté mi anécdota con él y la contraseña de mi inalámbrico. “Ah, con razón”, replicó. Me explicó que cuando el cholo le mostró la tarjeta inalámbrica, el Paisa le hizo notar que había una red llamada “badbit” que estaba casi al 100% de intensidad. El cholo respondió que esa era “del vecino de al lado” y que mejor no había que moverle. ¡Vaya! Creo que si les enseñé una lección.
El comenté que el Cholo me dijo que era perito evaluador. El Paisa soltó un bufido de incredulidad: “¡Ese que va a ser perito!”. Le comenté lo que había pasado con la clave, y cómo el Cholo me aseguró que “casi no veía videos”. “¡Que si no!”, exclamó el Paisa, “si eso se la pasaba haciendo. Siempre que me asomé estaba ahí con sus amigos viendo videos”.
Revisé el dispositivo y le dije al Paisa que le pidiera el dinero de vuelta al Cholo, porque el adaptador inalámbrico que le vendió no servía para nada. “Ni modo”, me dijo decepcionado, “le voy a reclamar”.
Al parecer el Cholo le pedía muchos favores y se aprovechaba: Por ejemplo, le pedía el celular para enviar un mensaje, pero cuando lo tenía en la mano llamaba. Una vez, Pancho llegó a su departamento para pedirle dos cigarros. Se fue con ellos y al rato llega el Cholo a pedirle otros dos cigarros. “¡Pero si le acabo de dar dos a tu amigo!”. Pancho, que estaba detrás, se quedó unos segundos en silencio y exclama con una sonrisita tranzona: “¡Si te lo iba a dar!”, mientras sacaba el otro cigarro de su bolsa.
Nunca me había involucrado en la vida de mis vecinos. Rara vez platiqué con alguno de ellos. Mi primer instinto era simplemente ignorar y evadir. Quizá esto ha sido estúpido, porque te enteras de chismes. En este periodo yo estaba tan ocupado, que evitaba cualquier contacto humano innecesario. Estuve en la cueva del tesista durante mucho tiempo. En ese día en específico momento también tenía demasiadas cosas por hacer, pero preferí hacer un paréntesis para respirar.
Me dio otra naranja. Mientras me la comía sacó el tema de que el Cholo tenía novia. “No sé si has visto a su novia, que le trae comida y toda la cosa”, me dijo el Paisa, “Pues si, está gorda, tiene que traerle comida para que ‘le den’, ¿verdad?”.
Y yo me quedé así como que: “Ah, okey”.
“El otro día se pelearon y él no la quería dejar pasar”, continuó, “entonces ella le bajó el breaker de la luz, hasta que él abrió”. Oh, así que eso fue lo que pasó. “Un día me asomé a su departamento”, continuó el Paisa, “y vi que su PlayStation estaba roto. Le pregunté qué pasó y me dijo que se le había caído. Pero yo lo vi muy roto”.
“Oh…”, se me prendió el foco, “la novia lo aventó desde el segundo piso”.
“Chale”, dijo él.
No obtuve mucho de ayudar a este vecino más que buenos chismes y una naranja. Bueno, quizá algo sobre lo cual escribir tres años después. Él se mudó, el Cholo se mudó, yo me mudé. Pero cada que paso por ahí me acuerdo de muchas cosas, incluyendo esa consola que salió volando desde el segundo piso.